FUTURO PASADO | Blog de Marco Antonio Villa Juárez
22 | septiembre | 2020

El rancho La Hormiga: símbolo de poder en Ciudad de México

Brevísima historia del lugar que dio origen a la residencia oficial de Los Pinos

El 1 de diciembre de 2018 los mexicanos amanecimos con la noticia oficial de que la magna residencia de Los Pinos, enclavada en el Bosque de Chapultepec, abría sus puertas a cuanto interesado quisiera conocerla. Llegaba así el final de la que fuera la sede de varios máximos mandatarios del país que ahí residieron, antes y después de la Revolución. De hecho, salvo López Mateos, a partir de Lázaro Cárdenas, cuando se instauraron los sexenios y este sitio como residencia oficial, todos los presidentes de México ahí habitaron junto con sus familias, imprimiéndole cada uno su sello personal. Sin embargo, esta historia ha llegado a su fin con el gobierno actual. Aunque quizá, en un futuro, vuelva a reclamar su venia, pues por siglos ha sido un espacio revestido de poder y de prestigio. Aquí relato brevemente algo de su historia.

* Mediateca INAH

Imaginar la vida en Chapultepec lleva implícito el goce de su vegetación y de su clima, de sus sigilosos prados y veredas flanqueadas por árboles de tupido follaje; el asombro por sus dimensiones y la revisión de una historia que nació en tiempos prehispánicos y que al paso de los siglos agolpó un abultado testimonial de toda suerte, cuyas historias bien pueden dividirse en incontables capítulos con un común denominador: mostrar que dicho espacio ha servido al poder, al descanso y a la productividad. Sobre este último aspecto, hay que decir que ahí había haciendas y molinos, sobre todo entre el “cerro del chapulín” y los actuales rumbos de Tacubaya y Santa Fe, cuyos márgenes se abrían o estrechaban con la viveza de sus acaudalados o poderosos dueños, lo cual reflejaba desde la concentración de riqueza de algunas familias o personajes, el poder político, y hasta la rentabilidad de la región en el ámbito agricultor y ganadero, un tema en el que se abundará más adelante.

Los molinos del Rey o del Salvador eran ejemplo de ello, y los terrenos que les alojaban representaron, por su ubicación, una zona medular en la estructura y funcionamiento de la civilización mexica y después de la capital novohispana; luego del naciente México de 1821, hasta llegar a convertirse en residencia presidencial en el siglo XX. Sobre sus linderos se conformó, década tras década, una historia con afanes de poder de la que bien puede reflexionarse el porqué de su perpetuo empoderamiento, cuya imagen que hasta hoy pervive se consolidó en la segunda mitad del siglo XIX.

Las huellas prehispánicas

Por lo narrado en las crónicas indígenas o lo descrito en diversas cartas y obra de los conquistadores y evangelizadores luego de la conquista de México-Tenochtitlan durante el siglo XVI, o hasta en mapas y representaciones gráficas y pictóricas de la época, puede hoy decirse que la región de Chapultepec era un inconmensurable prado que evocaba serenidad y brindaba resguardo a sus huéspedes; un lugar que de por sí incitaba a habitarlo. Se sabe también que sobre sus linderos hubo pobladores desde el siglo XII, de la llegada de la séptima tribu nahuatlaca (de los mexicas o aztecas), o de la última parada de los mexicas tras su peregrinar desde Aztlán hacia mediados del XIII [1]… Era entonces Chapultepec-Techcatitlan-Hueytenango [2] con sus inmediaciones de prolífica vegetación. El sitio donde le fue construido un castillo a Nezahualcóyotl o el que Moctezuma consideró un lugar sagrado. Y quizá en el siglo previo a la conquista fue cuando este espacio siempre productivo por su fertilidad y verdor dejó de ser un lugar empoderado para convertirse en un referente de poder y descanso en los siglos sucesivos.

A la luz del poder y el prestigio

Consumada la conquista española el 13 de agosto de 1521, Hernán Cortés empezó de inmediato la planeación de la nueva capital, cuyo trazo desecó algunos cauces y apagó parte de los vestigios de la civilización local. Y a pesar de los cambios, la historia del bosque de Chapultepec acumularía nuevas anécdotas en menos de un lustro. Justo en un documento de 1525 del Cabildo Municipal se asienta la primera referencia de un molino edificado por Hernán López de Ávila en la zona de Tacubaya, a quien se le permite construir un canal o zanja junto al río, es decir, un herido de agua. Consta así que desde entonces fue este predio un lugar de cultivo y comercio, propiedad de ricos emprendedores.

Dicho trapiche ocupó parte del territorio del que después sería llamado Molino del Rey o del Salvador. Tampoco se sabe con exactitud quiénes fueron sus propietarios hasta antes de 1550; sólo que era de investidura real y quizá en un tiempo de Hernán Cortés. Ese año pasó a manos del regidor Ruy González, acumulando a partir de entonces una serie de heredades, pero manteniéndose el común denominador en cada etapa: la cualidad de productiva y rica hacienda al servicio de ciudadanos acaudalados.

Don Cristóbal Gudiel y después Alonso de Alcocer sucedieron al regidor como dueños del inmueble antes de que cayera en manos del terrateniente Juan de Alcocer, hijo del segundo, quien terminaría perdiéndolo en un primer embargo hecho por el Tribunal de la Santa Cruzada  debido a las deudas de éste a razón de unos préstamos, incumplidos al día en que lo alcanzó la muerte, pero que por intercesión de su viuda, doña Guiomar de Ábalos y Bocanegra, pudieron mantenerlo unos años más tras haber pedido permiso para arrendarlo. Sin embargo, su pérdida definitiva y posterior subasta se daría tras la muerte de ella.

En la almoneda, Antonio Urrutia de Vergara adquirió el Molino del Rey y otras propiedades pagando la correspondiente suma con pesos de oro común. En éste y otros molinos de Chapultepec, más algunas parcelas de Tacubaya y Santa Fe, fundaría el segundo de tres mayorazgos, aunque con el tiempo pidió que el trapiche del Rey fuera integrado al primero. Con él se edificaron inmuebles que servían de descanso.

A su muerte, sus bienes fueron heredados a las siguientes generaciones hasta la primera mitad del siglo XVIII, cuando una de sus descendientes casó con Juan Javier Altamirano, VI conde de Santiago de Calimaya, lo que devino en la llegada del distinguido apellido Altamirano a la historia del molino. Y nuevamente, con el casamiento de una de sus descendientes, Ana María Gutiérrez Altamirano, con Leonel Gómez de Cervantes y la Higuera, llegó el turno de los Cervantes, ricos también, extendiéndose el realce del lugar al amparo del poder económico y social.

Por oficios e inventarios citados en distintas fuentes historiográficas se infiere que la proporción de los molinos de Chapultepec eran mayúsculas, lo cual encarecía su manutención, incluso que el del Rey era prácticamente un centro neurálgico, mas no cejaban los esfuerzos por mantenerlo como un lugar de remanso, producción y poder, aunque en muy pocos años, desde los albores de la Guerra de Independencia de Nueva España y hasta los primeros años de la lucha, iniciaría un periodo crítico para el lugar, principalmente en los rubros de política y economía.

Siglo XIX: aire de transformaciones

Iniciaba el siglo XIX cuando José María de Cervantes recibió de su madre Ana María Gutiérrez de Velasco las tierras del Molino del Rey, aunque sería su esposo don Ignacio Gómez de Cervantes quien lo arrendaba a un abogado de nombre José María Lebrija, y así una y otra vez hasta regresar al referido esposo, quien ahora lo cede de la misma forma a Sebastián Fernández por casi una década. Capilla, bodegas, plantíos, bueyes y mulas, pepenadero [3] y desde luego los molinos, con sus propios enseres, eran parte de un interminable inventario por entonces levantado.

Con tales acontecimientos daba la impresión de que el predio no representaba más un buen negocio, a pesar de ser de los más ricos de Nueva España. Lo que sí es que iniciaba un periodo de disputas para adjudicárselo una vez fallecida doña Ana María. Sucede que, al testamentar, la susodicha le daba la propiedad a Miguel, su hijo menor, a lo que se opuso su cuñado, Mariano Primo de Rivera, representando a Rita, la mayor, quien tras obtener el fallo a favor tomó posesión del sitio hasta su muerte cerca de 1816. Entonces el lugar pasó a ser tierra de la consorte María Josefa de Velasco y Ovando –su esposo también se opuso al designio de doña Ana–, fallecida en 1834 y que diera el territorio a su sobrina Dolores, aunque más de una década antes la propiedad se había dividido.

De nueva cuenta entraba en un periodo de rentas en la etapa posterior a la consumación de la Independencia en 1821 que no sólo desgastaron físicamente la propiedad, sino que el empoderamiento devenido de las disputas entre los Cervantes acechó la concentración de poder económico y social que distinguió a Urrutia de Vergara y hasta a los Altamirano.

Décadas después, la invasión norteamericana a México (1846-1848) propició un memorable episodio bélico entre las fuerzas militares de ambos países en las inmediaciones del Molino del Rey, terminando así un periodo complejo en la historia de esta región del bosque de Chapultepec.

De molino a rancho

Cuando la presidencia del general Mariano Arista, en 1851, aquellas “agrestes lomas, los volcanes gigantes, la vista de los lagos apacibles y el bosque augusto de los ahuehuetes, titanes de los siglos, que parecen hablar en la noche al rayo de la luna, de lo eterno y de lo sublime de sus recuerdos”, como se refiriera del Molino del Rey don Guillermo Prieto,[4] y pese a la disputa legal entre los Cervantes y allegados que aún la mantenía en discordia, son vendidas al general José María Rincón Gallardo en noviembre de ese año, quien en los siguientes quince años, aproximadamente, las divide aún más y vende a diversos particulares, entre ellos el doctor caribeño Pablo Martínez del Río (1809-1882), como expresa la escritura correspondiente –aquí adaptada–, valuada por el arquitecto Enrique Griffon:

En la ciudad de México a 15 de enero de 1853, ante mí el escribano y testigos el señor don José Rincón Gallardo, vecino de esta capital, a quien doy fe conozco dijo que es el dueño en posesión y propiedad del molino nombrado del Rey cerca de Chapultepec, como es público y notorio; y de sus tierras ha convenido vender al señor doctor Pablo Martínez del Río, 159 350 varas cuadradas superficiales.[5]

Originiaria de Cartagena de Indias (hoy Colombia), la familia de don Pablo había llegado a México en 1823 tras residir en Panamá; desembarcó en el puerto de San Blas, en la actual costa de Nayarit. Durante su vida profesional desarrolló una prolífica carrera como médico, con la que entregaría buenas cuentas al país que su padre eligió para vivir. A la par del ejercicio de su profesión y de las actividades comerciales de su padre, la familia participó en negocios con los que aumentó su fortuna; también adquirió extensos terrenos en el norte del país[6] que se sumaron a su porción de los molinos del Rey, al que por cierto el médico llamó “la Hormiga”, nombre que según algunas versiones hacía referencia a que era la más pequeña de sus propiedades, la cual con los años hermoseó, flanqueó con cedros y en donde instaló un estanque y erigió la Casa Grande, inmueble de tipo chalet que con el tiempo se convirtió en una agraciada residencia de verano.

Regresando al tiempo de la compra, hacia 1855 el doctor extendió su fracción de los molinos del Salvador cuando aportó fondos para la construcción de un puente conocido como la Barranquilla, a cambio de más terreno colindante con su rancho.

Del imperio al Porfiriato

Por su condición de acaudalado hombre de negocios e influyente en su profesión, don José Pablo Martínez convivió muy de cerca con el imperio encabezado por la pareja conformada por Maximiliano y Carlota que se estableció en el país a partir de 1862, al punto de cederles su propiedad. Resulta que Gregorio, hermano del doctor, argumentando que éste le concedió poderes jurídicos sobre sus bienes, negoció la finca de la Hormiga hacia 1865 con las autoridades imperiales, mientras el médico se encontraba fuera del país, ya que un año antes don José Pablo había sido nombrado enviado extraordinario ante Turquía y Grecia por Maximiliano, quien más adelante lo condecoraría con la Orden del Águila Mexicana.[7]

La efímera estancia imperial que culminó con el fusilamiento del monarca de origen austriaco sorprendió al doctor panameño en Italia. Quizá dada su simpatía hacia el régimen que caía, tuvo que permanecer exiliado. Su propiedad quedó en manos del erario nacional,[8] hasta que en 1872 los Martínez del Río compraron el predio y don José Pablo regresó al país. Aunque el terreno ya no estaba directamente ligado al poder, sí mantenía su cualidad de punto estratégico dentro de la jurisdicción capitalina.

Llegó el deceso de don José Pablo en el otoño de 1882 y la propiedad de la Hormiga fue motivo de disputas entre sus descendientes. Desde entonces y hasta el ocaso del Porfiriato fueron años cruciales agotados por los dimes y diretes para hacerse del terreno al amparo de las instancias judiciales, tal cual ocurría con las fracciones de los otrora molinos del Rey, los que, por mencionar un poco, eran materia de arrebatos, engaños y ocupaciones ilícitas o ficticias; en términos prácticos, puede decirse que eran objeto de una gran corrupción.

Al recapitular aquí, de manera sucinta, la historia del predio de La Hormiga en la segunda mitad del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, puede comprenderse el camino que fincó, al son de los arrebatos políticos, su condición actual de Residencia Oficial de Los Pinos, donde habita el primer mandatario de México; sea por su herencia colonial como zona privilegiada para el comercio de diversos productos, cultivados o criados en grandes extensiones, o como lugar de veraneo cercano a las sedes de la ciudad donde desde los tiempos coloniales –como Nueva España– y hasta hoy sigue centralizada la vida política y económica mexicana. A propósito de esta historia de la zona como lugar de descanso, baste recordar la fama y prestigio que adquirió la villa de Tacubaya, de donde los predios que hoy ocupan y rodean a Los Pinos eran contiguos. Esta villa, además, era considerada “a las afueras”, término que describe a una región que se encuentra fuera de los límites de una demarcación, en este caso la ciudad de México.

Polvo de la Revolución

Los vientos revolucionarios, impetuosos, no tardarían en llegar a la Hormiga. Era 1916 cuando Nicolás Martínez del Río tenía la potestad del lugar tras cesión de su cuñada Bárbara Kinent, quien la poseyó desde 1911. Entonces, en enero de 1917, don Nicolás y familiares llegaron al inmueble, encontrándose con que las fuerzas militares lo habían ocupado. Se cuenta que permanecieron arrestados unas horas y después se les entregó un escrito:

Departamento de Establecimientos Fabriles e Industriales Militares […] / En virtud de que el Gobierno tiene necesidad de tomar posesión del rancho […], por acuerdo del C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Unión, procederá usted a desocupar […] para fines del mes en curso, en cuyo lapso de tiempo podrá usted sacar los objetos de uso privado que en él existan; en la inteligencia de que esta Secretaría [de Guerra] nombrará una comisión que recibirá, previo inventario, la referida propiedad.[9]

Firmaba Emilio Salinas, jefe del departamento que expedía tal mensaje. Así, daba inicio una “nueva vida” dentro del lugar. El primer inquilino en habitarlo fue el general Ignacio Enríquez Siqueiros, en su calidad de jefe del Departamento Fabril, cargo que había adquirido en sustitución de Salinas. Pero los Martínez del Río iniciarían su recuperación en enero de 1918. Don Nicolás solicitó el permiso para enajenar el inmueble, resolviéndose un año después. Pasaron seis años en los que al parecer la propiedad era tierra de nadie, tal vez deshabitada, y las disputas entre los familiares no cejaban. El predio, además, seguía estando en la órbita del Estado.

Así las cosas, en diciembre de 1924 el lugar fue vendido al gobierno federal, dando fe de ello en enero siguiente, en un momento más que ideal para la familia, pues meses antes se había dado orden a la Secretaría de Hacienda de que enajenara todos los bienes que no sirvieran a fines públicos. Una vida bajo los poderes federal y militar transcurriría en el predio casi por una década más: el general Manuel Pérez Treviño, quien fuera jefe del Estado Mayor Presidencial de Álvaro Obregón, habitó el rancho con su familia. Después, entre 1925 y 1929 tocó el turno al general Joaquín Amaro Domínguez, secretario de Guerra y Marina durante el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles, en cuyo periodo de residencia se hicieron caballerizas, una alberca, frontones, los campos de polo y el Campo Marte.

** Mediateca INAH

El momento crucial que hasta el día de hoy conecta al poder político nacional con este lugar llegó en 1934, cuando el mandatario del país entre 1934 y 1940, el michoacano Lázaro Cárdenas del Río, decidió que el ejecutivo no viviría más en el Castillo de Chapultepec. El general michoacano eligió la Casa Grande, oficializando así el nacimiento de la Residencia Oficial de Los Pinos, llamada así homenaje a la huerta cercana a Tacámbaro, en su estado natal, donde conoció a Amalia Solórzano, a la postre su esposa.


* Residencia oficial de Los Pinos. Fotografía recuperada de https://www.mediateca.inah.gob.mx/islandora_74/islandora/object/fotografia%3A250468
** Adolfo López Mateos, John F. Kennedy, sus esposas y Eva López Sámano en la puerta de la residencia de Los Pinos. Fotografía recuperada de https://www.mediateca.inah.gob.mx/islandora_74/islandora/object/fotografia%3A250468
[1] En Francisco Javier Mariano Clavijero, Historia antigua de México, 7ª edición, México, Editorial Porrúa, 1982, pp. 8-10.
[2] En el pasado prehispánico era recurrente que los topónimos fueran compuestos por dos o tres palabras; éste era con el que llamaban a Chapultepec.
[3] Término derivado del náhualt pepena, que significa recoger algo del suelo. En nuestra época suele usarse este término para referirse a la acción de urgar en la basura; sin embargo, en los siglos que abarca esta investigación también se usaba para referirse a la recolección del suelo de frutas y semillas. En: Carlos Montemayor (coord.), Diccionario del náhualt en el español de México, 2ª edición, México, FCE-UNAM-GDF, 2009, p. 103.
[4] Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos. 1828 a 1840, México, Tipografía de la viuda de Francisco Díaz de León, 1906, p. 3. Esta obra se publicó de manera póstuma y está disponible en: http://goo.gl/qjBthT (consulta: 24/abril/2016).
[5] Fernando Muñoz y Magdalena Escobosa, La historia de la residencia oficial de Los Pinos, México, FCE-Presidencia de la República, 1988, p. 73.
[6] Ibíd., pp. 78-79.
[7] Ricardo Trillanes, Castillo de Chapultepec, edición digital, México, INAH, 2012.
[8] Cuenta Ana Cristina, tataranieta del doctor Martínez del Río, que Benito Juárez confiscó a su familia el terreno de La Hormiga, en el que se erige la residencia presidencial de Los Pinos, y se negó a restituirle la hacienda de Encinillas en Chihuahua, la cual formaba parte de los seis millones de hectáreas que poseía la familia en el norte del país, antes de la anexión del territorio mexicano a Estados Unidos en 1848.  Está información, dice, está contenida en los cerca de 60 mil documentos que ella y sus hermanas donaron al Centro de Estudios de Historia de México (CEHM)-Condumex. Con información de: Laura Castellanos, “Culpan a Juárez de la ruina familiar. El archivo que contiene la historia de los Martínez del Río fue donado a Condumex”, México, Universia, 29/marzo/2006. Disponible en: http://goo.gl/uwV85t (consulta: 22/abril/2016).
[9] En Fernando Muñoz y Magdalena Escobosa, op. cit., p. 83.

Bibliografía complementaria

  • José Mancebo Benfield, Las Lomas de Chapultepec: el rancho de Coscoacoaco y el molino del Rey. Estudio histórico, topográfico y jurídico, México, Porrúa, 1960
  • Jesús Romero Flores, Chapultepec en la historia de México, México, SEP-Biblioteca Enciclopédica Popular, 1947
  • Víctor Hugo Rodríguez al., Los Pinos: ésta es tu casa, México, Agueda Editores, 2002

Marco Antonio Villa Juárez

Maestro en Historia. Editor, investigador y articulista de la revista Relatos e Historias en México.

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